jueves, 28 de agosto de 2008

Siete cuentos


Ella estaba acostumbrada a esas cosas horribles y hermosas, a los gritos que nacían, deformes y cabezones, con los ojos cerrados, como gusanos ciegos y enormes al abrigo de la panza de la madre; a la sangre que brota de las heridas que a veces se causaba en las rodillas, cuando corría y chocaba y caía. Las piernas junto al lago raspaban de manera traidora, y solo cuando se ponía de nuevo en pie y comenzaba a andar se abría la piel, y se daba cuenta de que el filo acababa de rasgarla.

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